Livia
Me incliné a su boca, tomándola despacio, dejándome sentir la suavidad de su piel y el aliento acariciando el mío. Jamás imaginé que un hombre fuera capaz de hacerme sentir tantas cosas, pasar de la rabia al deseo de un momento a otro.
—¿Qué pasa? ¿No puedes negarlo? —susurré contra sus labios, sujetando sus manos y apartándolas ligeramente de mi rostro.
—No —respondió, apartándose y poniéndose en pie, caminando de regreso a la cama.
—¿Por qué no me dijiste lo que planeabas hacer? Estuve como una tonta buscando a esos hijos de puta para que nos ayudaran a recuperar esos clubes, ¿y qué hiciste? ¡Los quemaste!
—Recuperarlos era tiempo perdido, Livia. Traerían más problemas que soluciones, nos tendrían en la mira y bajo control. Y si no los quemaba, solo tendrían acceso a mucha información de la organización que nos iba a perjudicar a todos —contestó con demasiada tranquilidad—. Y lo de la fiscalía, lo hice por callarle la boca al imbécil del general.
—¿Y qué hay de los funcionario