Pero el desmayo de Risa no detuvo el proceso que seguía desarrollándose junto a mis piernas. Allí, la anciana y Tilda terminaron de extraer al bebé, que yació inerte en la sábana, su carita congestionada y de un horrible color azul, el cordón umbilical todavía uniéndolo al seno de mi pequeña.
Por un momento creí que los había perdido a los dos, y el horror era tanto que todo pareció dar vueltas a mi alrededor.
Tilda y la anciana permanecían agachadas junto al vientre sangrante, desgarrado, haciéndole algo a mi hijo. Me volví desesperado hacia madre, y descubrir que había cerrado su mente completamente sólo alimentó mi pánico.
Entonces escuché algo como un estertor, agudo y brevísimo. Y otro, y otro. Y el latido rápido pero tenue del corazoncito del bebé. Y de pronto un llanto débil e inconf