Tal como me advirtiera la reina, el bebé continuó creciendo, ahora a ojos vistas, y pronto los faldones de mis vestidos nuevos ya no cerraban completamente, dejando ver una delgada línea blanca de la falda interior.
Sheila y Quillan se habían dado cuenta que me sucedía algo, pero calmé sus inquietudes asegurándoles que estaba bien. Me observaron unos días, y al parecer llegaron a la conclusión de que no era nada preocupante. Sin embargo, mi nuevo vestuario les llamó la atención, especialmente cuando notaron que empezaba a asomar la falda blanca de mis vestidos.
Me costó un poco más convencerlos de que no había motivo de alarma, y les aseguré que les explicaría todo cuando Mael regresara.
—¿Lo prometes? —exigió Quillan muy serio.
—Lo prometo —respondí tan seria como él.
Pocas horas después, dormíamos los tres profundamente cuando me despertaron unos ruidos en la sala de nuestras habitaciones. Me erguí a medias, apoyándome en un codo, y presté atenci