Kantor me enfrentó con una mirada penetrante, rapaz. Meneaba otra vez la cabeza, tan sorprendida como ellos, cuando advertí que sus ojos bajaban de mi cara a mi pecho bajo el chal entreabierto.
Retrocedí instintivamente cuando se adelantó con un movimiento repentino, tendiendo ambas manos hacia mí. Mi reacción lo detuvo.
—Ábrete el chal —ordenó.
Una vez más, no tenía más alternativa que obedecer. Sus labios delgados se fruncieron en una sonrisa burlona.
—Mira qué bonito diseño —le dijo a su hija, señalando el tatuaje en mi clavícula sin ocultar su sarcasmo.
Me lo rocé tratando de fingirme confundida por su reacción para ocultar el miedo que hacía correr sudor frío por mi espalda.
—Me críe en el Valle, mi señor, sirviendo a los lobos. Ésta es la marca de su clan —dije, maldiciendo mi voz temblorosa.
La sonrisa de Kantor se acentuó, y ladeó la cabeza para volver a enfrentarme.
—Por supuesto —asintió con ironía—. ¿De qué raza es e