—Cuídate tú y cuida a tu esposo. Debes mantenerte lejos de él como sea.
La escuché sin ocultar mi asombro cuando me habló de los años que el tío de Eldric tuviera sometido a Ragnar, administrándole láudano constantemente para obligarlo a obedecer todos sus caprichos sexuales. Y que eso había incluido hacerlo aparearse con al menos dos docenas de mujeres para que las embarazara, y formar un pequeño ejército personal de lobos, en previsión del día que derrocara a Eldric y expulsara a los vampiros del reino.
—Sé de al menos diez hijos de Ragnar que secuestró apenas nacieron —terció con acento lúgubre—. Nadie sabe dónde los está criando, ni cómo. Sí sé que en este mismo momento está regresando de verlos. Los visita cada año antes del invierno.
—Sus propiedades en el oeste, eso dijo Eldric —murmuré.
—Eso le dijo Kantor a Eldric —me corrigió Luva, escéptica—. No significa que sea cierto, y no creo que lo sea.
—¿Ragnar lo sabe?
—Se lo conté cuando