Mael estaba tan agotado que se durmió profundamente apenas terminó de comer. Luva regresó poco después con mi comida y dos sacos medianos, que contenían el jengibre y la manzanilla que le pidiera ya molidas.
—La reina dispuso que les traiga la cena aquí a la misma hora que ella cenará con Eldric —dijo la mujerona, y su sonrisa delató sus intenciones de no obedecerle—. No los dejaré pasar todo el día sin comer, así que llámame cuando despiertes y les traeré un buen almuerzo, aunque sea a media tarde.
—Gracias —respondí sonriendo también.
Luva dirigió una mirada a Mael, que seguía durmiendo como si nada, derrengado, y meneó la cabeza respirando hondo.
—Esas malditas sanguijuelas —gruñó por lo bajo—. Recuerdo cuando vino a verme con Ragnar, alto y robusto, con ese porte orgulloso de los lobos. Y míralo ahora.
—Ni me lo recuerdes —suspiré con una mueca.
—Por supuesto. Perdóname.
Antes de marcharse, insistió en enjuagar la tina, que tenía