Permitir que mis emociones se salieran de control tampoco ayudaría. Precisaba mantener la cabeza clara y fría como nunca antes. Y de paso, aprovechar para liberarme del odioso yugo de adicción que Olena me había impuesto.
Tomé la mano de Mael respirando hondo y lo llevé a la tina. Al menos no se puso como mula empacada cuando lo desvestí, aunque advertí la mirada que le echaba al collar de plata cuando se lo quité, de añoranza o resignación como si lo despojara de algo valioso.
Soltó un largo suspiro al sumergirse en el agua caliente, y lo insté a recostarse contra el borde de la tina. Sumergí un paño mediano antes de doblarlo, acomodándolo bajo su nuca a modo de almohadilla.
Intenté cubrirle los ojos con otro paño húmedo, para ayudarlo a distenderse, pero apartó la cabeza. Advertí que miraba hacia afuera por la ventana frente a la tina y no insistí. Al otro lado, los copos de nieve caían con lentitud caprichosa bajo un manto de nubes que parecían al alcance de