Me volví hacia el desconocido, que se detuviera a sólo dos pasos, y tuve que cerrar los puños para dominarme. Porque reconocí de inmediato al rubio casi pálido que trajera a Mael ante Olena.
—¿Acaso corro peligro? —le pregunté con tanta calma como podía.
—No, por supuesto que no —se apresuró a responder, sonriendo—. Pero tampoco es prudente que te internes sola en el bosque.
Me encogí levemente de hombros mirando más allá de él, a las rubias que aún se demoraban en los límites del jardín.
—Si no te molesta, yo puedo acompañarte.
Tenía que ser un sueño. Aquello era demasiado conveniente para ser real.
—Te lo agradezco. ¿Tu nombre? —pregunté cuando echamos a andar sin prisa ni dirección concreta.
—Perdón, Alteza. Soy Alfonse, ayuda de cámara del príncipe Lazlo.
—Mucho gusto, Alfonse. Soy Sivja.
—Lo sé. —Su sonrisa perdió toda pretensión de inocencia—. Todo el castillo habla de ti.
Alcé las cejas al escucharlo y fue el turno de Alfonse de encogerse de hombros.
—Alaban tu belleza y tus pa