No me detuve a sorprenderme de que Olena ya estuviera levantada, y lo bastante despierta para mandarme llamar, y corrí escaleras arriba. La encontré en su alcoba con Alvar, tendido de lado en su gran cama, desnudo, un codo hundido en las almohadas y la cabeza apoyada en su puño. Olena vestía sólo su bata de dragones, y sostenía contra su cuerpo uno de los vestidos que me hacían usar para “entretener” a sus invitados, como si se lo mostrara a Alvar.
—¿Y éste? —inquiría cuando entré, agitada y sudorosa.
—El color vino —respondió Alvar meneando la cabeza—. Es más discreto que el rojo, y con su palidez, es igualmente sugerente.
Olena se volvió hacia mí sin rastros de enfado por mi tardanza, y señaló los vestidos que cubrían uno de los sillones.
—Lávate y vístete, Sivja. Su Alteza aquí te ha escogido el vestido color vino para esta noche.
Asentí con una rápida reverencia, tomé la prenda que señalaba y me dirigí a la escalera de mano tras las cortinas, q