—Tienen razón que se parece a mí —asintió sonriendo complacida, y agregó, confirmando mis temores—. Soy Olena Haugenmor, Reina del Norte. Puedes llamarme Majestad. ¿Qué eres, muchacha?
—Dice que es humana, pero tiene gusto a lobo —dijo una de mis captoras.
Olena inclinó su cabeza un poco más hacia su hombro. No la vi mover su mano, pero al instante siguiente una garra se cerró en torno a mi nuca, empujándome hacia adelante, hacia ella. Un dolor repentino, ardiente, me paralizó cuando hundió sus colmillos en el costado de mi cuello. Succionó un momento antes de soltarme, y volvió a enfrentarme relamiéndose con otra sonrisa.
—Es cierto. No tan sabrosa como mi nueva mascota, pero sabe muy parecido a él.
Me sentí desfallecer al escucharla. ¿Habían capturado a un lobo vivo?
—No deberíamos demorarnos aquí —dijo entonces una de las amazonas que me capturaran—. Al atardecer pasaron tres lobos hacia el norte. Dos negros y uno pardo. Venían con la nariz cont
Nos detuvimos al alba junto a un arroyuelo que bajaba de la colina. Estábamos cerca del linde del bosque, donde los árboles raleaban en el límite con tierras desiertas, secas, cubiertas de matas de hierbajos y arbustos achaparrados.Las amazonas desmontaron, y mientras los caballos abrevaban, se quitaron sus amplios mantos blancos. Entonces vi que los usaban doblados al medio, y que extendidos eran lo bastante amplios para improvisar toldos que podían atar a troncos o piedras para usar de tiendas.Olena y las amazonas que me capturaran se montaron una tienda con espacio suficiente para las tres, y en cuestión de minutos estaban durmiendo profundamente dentro. Las dos amazonas corpulentas que llegaran con Olena permanecieron despiertas, montando guardia y cuidando a los caballos.—Duerme allí —me dijo una, que ladraba más que hablar, señalando las sillas de montar bajo un árbol.No que tuviera demasiadas alternativas. Me acomodé como pude entre las raíces
Mientras cabalgábamos por aquella estepa interminable, intenté ignorar mis crecientes malestares y pensar en cuanto sabía sobre los vampiros.Ante todo, no eran inmortales sino increíblemente longevos, como los lobos. Y la reina me había dicho una vez que el color, o ausencia de color, indicaba su poder.Los blancos eran los más antiguos y poderosos, seguidos por los pálidos y los rubios. Y sabía en carne propia que la sangre de un blanco era capaz de alterar la naturaleza de otros seres, incluso en el vientre de sus madres.La reina también había dicho que la simiente de los lobos era mortal para los vampiros y viceversa. Aunque había comentado que la simiente de los vampiros enloquecía a los lobos antes de envenenarlos por dentro.Recordé al clan de Ragnar cuando los viera por primera vez. Aun meses y hasta años después que el Alfa los rescatara, su estado mental era lastimoso. Algo que hacía sospechar a Enyd que además de mantenerlos vivos para alimentarse de ellos, habían sufrido p
La mujer abrió las puertas y se hizo a un costado, invitando a Olena a entrar a una lujosa sala de estar, donde media docena de sirvientes se inclinaron para recibirla.Olena se detuvo frente a un hombre joven y atractivo, que no llegaba a los treinta años, y le tocó la cabeza para que la enfrentara. Lo miró a los ojos un largo momento, y advertí que el hombre no parecía asustado. Antes bien, parecía luchar por controlar su alegría. Especialmente cuando Olena asintió. El hombre volvió a inclinar la cabeza con una gran sonrisa y retrocedió de la línea de sirvientes.Las demás amazonas eligieron cada una su sirviente, dos hombres y dos mujeres. La que todavía me sujetaba se volvió hacia una de las dos que no fueran elegidas.—Traigan una buena comida para ella —ladró, dirigiéndome una mirada rápida.Olena se volvió hacia mí, sonriendo como siempre, y me tomó la mano antes de volverse hacia el sirviente que escogiera y volver a asentir. El hombre nos precedi
Me despertó un brusco sacudón, y lo primero que vi al abrir los ojos fue la amazona que ladraba más que hablar, con un dedo cruzando sus labios para indicarme silencio y un candil en la otra mano. La habitación estaba sumida en una penumbra crepuscular.Cuando me senté rascándome la cara, mirando alrededor para recordar dónde estaba, me señaló mis botas y la puerta, dio media vuelta y salió a largos trancos, aunque sin hacer un solo ruido. Un vistazo a la cama me indicó que su sigilo se debía a que Olena todavía dormía.Me incliné para calzarme, fue como si todo diera vueltas, y tuve que volver a erguirme con los ojos cerrados, presionándome el nacimiento de la nariz y respirando hondo hasta que pasó el mareo.Era el vino. Nunca bebía, y sabía que aun rebajado me haría efecto. Por eso lo había tomado, para que me ayudara a ignorar a Olena teniendo sexo y chupándole la sangre a ese hombre a pocos pasos. Y para que me ayudara a conciliar el sueño. Lo que no había
Fue otra noche eterna, avanzando hacia el este por aquella estepa llana, interminable. Los vampiros cabalgaban en completo silencio en aquellos caballos que parecían infatigables.No podía faltar más que un par de horas para el alba cuando a lo lejos distinguí una línea oscura frente a nosotros, que se extendía de norte a sur. Pronto vi que se trataba de árboles, e imaginé que debía tratarse de un curso de agua.Y así era. Aquellas tierras eran tan secas que la franja de árboles no se extendía más de veinte metros a ambos lados del río, que tenía al menos el doble de ancho, y corría con un rumor sordo, profundo, entre las orillas bajas.Se me ocurrió que tal vez fuera el Launne. Respiré hondo rezando para ser capaz de controlar mi pulso. Porque si ése era el Launne, el recodo no podía estar a más de un día de cabalgata hacia el sur. ¡El puesto de Maddox!Me obligué a dominar mi ansiedad. Por resistente que fuera, mi caballo no estaba en condiciones de gal
**Esta historia es la continuación de Alfa del Valle**LIBRO 1Capítulo 1El amplio corredor que llevaba al salón de fiestas estaba adornado con primorosas guirnaldas de lunas crecientes entrelazadas con cintas azules y flores blancas, cuyo perfume se mezclaba con una multitud de esencias dulces que sólo hablaban de felicidad.La mano de madre en la mía era un contacto cálido, tranquilizador. A nuestras espaldas, Milo y Mendel se alinearon con sus compañeras, aguardando con una paciencia que me costaba compartir.—Mora te matará por esto —comentó Mendel divertido—. Te advirtió que no te casaras sin ella.—Por supuesto, lo pospondré seis meses sólo para darle gusto —repliqué revoleando los ojos, mientras madre a mi lado reía por lo bajo.En ese momento se abrieron las puertas del salón en el otro extremo del corredor y no precisé cerrarme para que el mundo a mi alrededor desapareciera, mis ojos cautivados instantáneamente por la figura que se erguía directamente frente a mí. Tras ella
Nos quedamos mirándonos, estremecidos de emoción, nuestras manos trémulas entrelazadas, nuestros corazones latiendo con fuerza, mientras el sacerdote decía algo sobre marido y mujer.Incapaz de contenerme, no esperé que terminara de hablar para alzar el velo y encontrar esos hermosos ojos purpúreos brillantes de lágrimas de felicidad como los míos. Risa alzó apenas la cara hacia mí, en ese gesto que, a solas, solía bastar para que comenzara a desnudarla.Se suponía que el beso era más bien simbólico de la unión de los cuerpos tanto como de las almas, pero apenas rocé sus labios de miel, me resultó imposible contenerme. Su boca se entreabrió para hacer lugar a mi lengua, y me echó los brazos al cuello cuando le sujeté la cintura para atraerla contra mí, mientras a nuestro alrededor todos nos aplaudían y vivaban.El pobre sacerdote se había hecho a un costado cuando tuvimos a bien dejar de besarnos, y guié a Risa de la mano hacia la tarima. Nos arrodillamos ante madre, que apoyó sus man
No había resultado sencillo explicar por qué Risa se negaba a dejar su habitación vecina a los estudios de las sanadoras. De no haber mediado la intervención de madre, que mandó a todos de paseo y dio orden expresa de que no metieran el hocico donde no los llamaran, mi pequeña se habría visto obligada a cambiarse a una habitación en el mismo nivel de la mía, más acorde a su nueva posición de prometida del Alfa.Pero con la complicidad de madre, Risa evitó mudarse y recuperamos la intimidad de la que gozáramos hasta el verano. La única diferencia era que ahora, en vez de bajar yo a verla, ella subía a mis habitaciones, donde pasábamos las noches juntos como antes. Y al amanecer, la despertaba para que volviera a bajar a vestirse para el día y saliera del dormitorio correspondiente.Creo que de no haber sido por eso, el día de nuestra boda la habría secuestrado apenas terminado el almuerzo, impaciente por estar a solas con ella.En cambio, no me resultó tan difícil tolerar con paciencia