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Me despertó un dolor agudo en la parte interna de mi antebrazo, como una aguja, y luego una presión en el pinchazo, como si algo húmedo succionara mi piel. Duró sólo un momento, y mi brazo cayó inerte sobre mi estómago. Abrí los ojos, pero no vi más que oscuridad a mi alrededor, como si siguiera desmayada o me los hubieran vendado.

—¡Sabe a lobo! —exclamó una voz sobre mi cabeza. Una voz femenina.

—¡No puede ser lobo! —respondió otra voz femenina, un poco más lejos.

Me di cuenta que seguía tendida en el suelo. Intenté moverme y oí el rumor de ropas apartándose de mí. Un pie empujó mi costado, sacudiéndome.

—¿Estás despierta?

Comprendí que me hablaba a mí y asentí como pude, intentando al menos incorporarme a medias. Mis ojos se adaptaban a la oscuridad profunda de la noche en la espesura del bosque, y distinguí las dos sombras más claras agachadas junto a mí, una a cada lado. Las amazonas.

Una mano fuerte como una tenaza me sujetó el brazo.

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