La impresión deja a Emily sin habla. Ese hombre no solo grita, también le da una orden directa sin ser su jefe. Ella se endereza, aprieta la mandíbula y lo enfrenta.
—Con todo respeto, señor —dice de nuevo sin levantar la voz—. No puedo simplemente ir a la universidad, presentar y regresar. Además, no lo conozco. No soy una de esas acompañantes que suelen pagar los hombres ricos.
Nicolay se acerca un paso más. El perfume caro, la joya en su cuello y el traje elegante la marean un poco, pero Emily no retrocede.
—Le dije, señorita Campbell, que no le pregunté si quería o podía —su tono es firme, cortante—. No soy hombre de repetir las cosas. Haga lo que le digo y conserve su trabajo.
Las palabras la golpean como un mazo. Emily aprieta los puños. No puede perder ese empleo. Tiene deudas, responsabilidades, y también las que su padre acumula en el casino. Pero las más importantes son la casa… y la universidad.
—Sí, señor —responde, sin mirarlo.
Gira sin esperar respuesta. Las lágrimas pican detrás de sus ojos. ¿Por qué ella? ¿Por qué ese hombre quiere que lo obedezca? El miedo la arropa.
—Señorita Campbell —dice él antes de que salga—. La espero en esta habitación a las siete de la noche. No me gusta esperar.
Emily cierra los ojos con fuerza. Se siente confundida, humillada, obligada. Ese cúmulo de emociones la lleva a encerrarse un momento en el baño del pasillo. Se mira en el espejo. No puede llorar. No ahora.
***
El turno termina a las seis en punto. Emily entra al cuarto de las camareras para cambiarse el uniforme, la chica asignada para recogerlos hace lo propio mientras ella se viste con un vaquero y la camiseta con el logo de la universidad. Afuera, una limusina negra la espera, se queda de piedra. Niega, pero recuerda las palabras del hombre y debe mantener su trabajo.
El chofer baja la ventanilla.
—Señorita Campbell. El señor Romanov ordena llevarla a la universidad.
Ella duda. Mira a ambos lados. ¿Qué pensarán los demás al verla llegar? Pero no tiene tiempo. El examen comienza en media hora y no le da tiempo para el colectivo. Sube al vehículo sin decir palabra.
Al llegar a la universidad, todos la miran. Algunos dejan de caminar. Otros sacan el teléfono para grabar su llegada. Nadie entiende nada.
¿Emily en una limusina?
—¿Qué fue eso? —pregunta su mejor amiga, Danna, apenas la ve entrar al sitio.
—No es lo que parece —responde Emily, nerviosa.
—¿Y qué parece? Porque desde aquí parece que te volviste rica de la noche a la mañana.
—Solo fue un favor. Un cliente del hotel. Nada más Danna, ya llegaba tarde.
Danna la mira con desconfianza. No dice nada más. Emily se sienta, saca su lápiz y respira hondo. Tiene que concentrarse.
El examen comienza. Es sobre estructuras básicas y análisis de cargas. Emily responde con rapidez. Conoce cada fórmula, cada paso. A pesar del caos emocional, su mente funciona como un reloj. Termina antes que todos. El profesor la observa con sorpresa.
—Muy bien, señorita Campbell. Como siempre.
Ella sonríe apenas. Guarda sus cosas y sale del aula. Afuera, la limusina sigue esperándola.
Llega a casa, su hermana menor corre hacia ella con los brazos abiertos como todos los días.
—¡Emily llegas temprano! ¡Vamos a jugar! ¡Vamos a jugar!
La pequeña tiene cuatro años. Siempre la espera con una muñeca en la mano y una sonrisa en la cara.
—Hoy no podremos jugar mi amor. Solo voy a cambiarme, debo salir de nuevo —dice Emily, acariciándole el cabello.
Pero su hermano, de quince años, está en la puerta. Mira la limusina con los brazos cruzados.
—¿Y eso? —pregunta, con tono seco señalando hacia atrás con el pulgar.
—Es del hotel. Me llevaron a la universidad.
—¿Y por qué tú? ¿Desde cuándo eres tan especial que te pasean en limusinas?
—No es lo que crees, Alex. Es un simple favor —no ondea en detalles, no cuenta con mucho tiempo y él no tiene que saberlo.
—¿Ah, no? Porque parece que te estás volviendo como la chica de la esquina. Esa que sale con tipos ricos por dinero.
Emily se congela. La muñeca de su hermana cae al suelo. El silencio es como un golpe.
—No vuelvas a decir eso —dice ella, advirtiéndole con la voz temblando.
—¿Y qué quieres que piense? ¿Qué te ganaste una beca con chofer incluido?
—Estoy trabajando. Estoy estudiando. Estoy haciendo todo lo posible para que tú y Becky tengan algo mejor.
—¿Y eso incluye salir con millonarios?
—¡No estoy saliendo con nadie! —grita Emily, por primera vez.
Su hermanita empieza a llorar. Alex se va al cuarto, dando un portazo. Emily se queda en medio del pasillo, con el corazón latiendo fuerte y un dolor que arruga su alma. Su propio hermano la ha juzgado y no puede sacarlo del error. No por ahora.
A las seis y cincuenta, Emily se arregla a la velocidad de la luz, el cansancio la agobia y el sueño comienza a pasarle factura. No tiene vestidos caros. Elige el único que tiene. Sencillo sin nada que ver, azul oscuro, que ha usado en una presentación escolar. Se peina, se pone un poco de maquillaje y sale.
La limusina sigue allí. El chofer abre la puerta sin decir nada.
Mientras el vehículo avanza por las calles de Manhattan, Emily mira por la ventana. No sabe qué va a pasar esa noche. No sabe qué quiere Nicolay Romanov. Pero sí sabe algo: no va a dejar que nadie la rompa. Ni en casa. Ni en el hotel. Y mucho menos en su vida.