Susana se giró al escuchar la voz. Frente a ella, un hombre de cabello corto y brillante, con la piel clara y un rostro que parecía sacado de una portada de revista. Sus ojos, llenos de luz, la transportaron directamente al pasado.
Era Esteban Quintana. Se habían conocido en la universidad y, aunque su relación fue breve, dejó huella. Solo estuvieron juntos unos meses antes de que él se fuera a estudiar al extranjero. La distancia no perdonó, y la relación no sobrevivió ni una semana más.
Jamás imaginó reencontrárselo así, en medio de una noche cualquiera en Nueva York.
Caminaron por la avenida, uno al lado del otro, como si los años no hubieran pasado. Entraron a una tienda 24 horas, pidieron un par de sándwiches calientes y refrescos, y se sentaron en unas sillas de plástico cerca de la ventana.
—Te juro que no sé si esto es real o estoy soñando —dijo Esteban, mirándola de reojo con una sonrisa.
—Quién diría —contestó Susana, con una mueca nostálgica—. Después de tanto tiempo***
—¿Sa