Cuando la voz se despidió, llegaron los policías.
Lorena no opuso resistencia cuando le pusieron las esposas. Esta vez no gritó, no forcejeó. Su expresión era la de alguien que ya lo había perdido todo.
Susana, aún temblando, sostuvo la mano de Rodrigo con fuerza.
—Rodrigo… aguantá. La ambulancia está por llegar. Por favor, no te rindas —suplicó con la voz quebrada.
Rodrigo apenas pudo mover los labios. Su voz era apenas un susurro:
—Perdoname, Susana… Esto… esto era lo que te debía. Mi deuda de esta vida…
Diez minutos después, Rodrigo entró a emergencias. Los médicos lucharon por su vida durante horas hasta que, finalmente, su corazón volvió a latir.
Susana, preocupada, decidió quedarse unos días más en el país para cuidarlo. Al igual que antes, volvió a velar por él en silencio.
Cuando Rodrigo abrió los ojos, lo primero que vio fue a Susana. Ella le acercó un vaso de agua y le preguntó cómo se sentía. Él no respondió de inmediato. Solo unas lágrimas silenciosas rodaron por su rostro,