Isabel lo miró con los ojos desorbitados. Desde que Lorena Salas se marchó hace cinco años, no había vuelto a ver a su hijo tan fuera de sí por una mujer.
Pero ahora no era por Lorena. Era por Susana Mendoza.
Y eso la desconcertaba aún más. Durante cinco años de convivencia, Rodrigo siempre había sido frío con Susana. ¿Cómo podía ser que, justo cuando ella se había ido, él empezara a desesperarse por ella?
Viendo la sangre brotar de los nudillos destrozados de su hijo, Isabel dejó de lado sus preguntas y llamó de inmediato al médico de la familia para que lo atendiera.
Rodrigo, empapado en sudor, soportaba el dolor sin emitir un quejido. Sus ojos, llenos de terquedad, seguían fijos en su madre.
—Decime la verdad —insistió, sin apartar la mirada—. ¿Dónde está Susana?
Isabel, frustrada, lo fulminó con la mirada.
—¡Rodrigo, basta ya! ¡No tengo idea! El contrato terminó. No tengo por qué seguir metiéndome en su vida.
—¡No te creo! —gritó Rodrigo, los ojos enrojecidos—. Vos la contrataste.