Capítulo 08
Esa noche, se celebraba la gala anual de la empresa, y los asistentes debían ir en parejas.

Lorena llegó del brazo de Rodrigo, ambos elegantemente vestidos, atrayendo todas las miradas.

Susana, aunque no había recibido invitación alguna, también se presentó en la fiesta. Tenía un motivo claro: entregarle a Isabel Morales el contrato de renuncia a la custodia de Matías.

Y el tiempo apremiaba. Faltaban apenas dos horas para el despegue de su vuelo. Con su objetivo claro, caminó entre el gentío, escaneando rostros, buscando desesperadamente a Isabel.

En ese momento, las luces del escenario se encendieron, y allí estaba Rodrigo, de pie, listo para dar su discurso, escoltado por Matías y Lorena.

Los murmullos del público no se hicieron esperar.

—Así que era verdad… lo que decían en internet. Rodrigo solo ha tenido una mujer en la mira todo este tiempo.

—Pero… ¿no estaba casado?

—Eso fue algo sin importancia. Una mujer cualquiera, sin clase. La de verdad… siempre ha sido Lorena.

Susana no les prestó atención, sino que subió discretamente las escaleras laterales, recorriendo los pasillos. Solo quería encontrar a Isabel.

En medio del silencio, una voz rasposa rompió la calma.

—¿Tú recibiste invitación? Según las reglas, cada invitado solo podía traer a una acompañante. Y está claro quién ganó esta vez, ¿no?

Era Lorena. Ya no quedaba rastro de su dulzura fingida. Su rostro era puro veneno.

—¿De verdad crees que Rodrigo podría elegirte a ti… por encima de mí?

—No tengo tiempo para tus patéticos juegos —respondió Susana con calma.

Lorena sonrió con desprecio, y, sin previo aviso, la empujó con fuerza hacia atrás.

Susana, perdiendo el equilibrio, rodó por las escaleras, golpeando peldaño tras peldaño hasta caer al suelo con un estruendo seco.

Aun así, no soltó el contrato. Lo sostenía con fuerza entre sus dedos ensangrentados.

El dolor le atravesó el cuerpo como un rayo. Las heridas nuevas reabrieron las viejas y le costaba respirar.

El estruendo alertó a todo el salón.

Rodrigo corrió al lugar, pálido al ver a Susana en el suelo. La tomó con cuidado entre sus brazos, y, desesperado, preguntó:

—¿Qué pasó? ¿Cómo te hiciste esto?

Susana, jadeando, solo alzó la mirada hacia Lorena, quien ni siquiera se molestó en fingir preocupación. Todo lo contrario: levantó la voz con descaro.

—¡Rodrigo! ¡Me duele el pie, creo que me torcí! —gritó, con voz chillona.

—¡Papá! ¡Lorena está muy mal! ¡Tienes que ayudarla! —gritó Matías, alarmado.

Rodrigo dudó. Por primera vez, miró a Susana con verdadera preocupación. Pero ella, con la poca fuerza que le quedaba, se incorporó por sí sola.

—No te preocupes por mí.

Rodrigo se quedó inmóvil.

—Voy a verla un momento… luego regreso contigo.

Susana finalmente encontró a Isabel entre los invitados.

La mujer estaba acostumbrada a grandes eventos… pero al ver a Susana en ese estado, palideció.

—¡Dios mío! ¿Qué te pasó? Estás llena de moretones… y eso es… ¿sangre?

Susana apenas pudo responder. Extendió la mano temblorosa y le entregó el contrato.

—Aquí está.

Isabel lo leyó con el ceño fruncido, y luego suspiró con pesar.

—Quizás nunca debí involucrarte en esto. Te arrastré a un desastre que no era tuyo… y mira cómo terminaste. La familia Morales te falló. Vete en paz. Desde hoy, no tienes ningún lazo con nosotros.

—Gracias —repuso Susana con voz temblorosa pero firme.

Poco después, abordó el avión.

Llevaba el cuerpo adolorido, la ropa manchada, el rostro demacrado, pero en el pecho, por primera vez, sentía alivio.

¡Libertad!

Ya no estaba atada por un contrato. Ya no vivía en una casa donde era invisible.

Ahora… era suya. Totalmente suya.

A la mañana siguiente, mientras el avión cruzaba las nubes, el primer rayo de sol iluminó la ventanilla.

Y por primera vez en años, el futuro se sentía brillante.

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