Capítulo 07
A Susana le parecía extraño. Rodrigo rara vez le escribía, y mucho menos la llamaba por teléfono. ¿Qué había pasado para que ahora tuviera tantas llamadas de golpe?

Con esa duda aún presente, regresó a casa.

Apenas cruzó la puerta, una de las empleadas domésticas la recibió con una sonrisa aliviada.

—¡Señora Mendoza, por fin ha vuelto! Estos días que no estuvo, el señor Morales ha estado como loco. Nada de lo que cocinábamos le parecía bien… no le gustaba nada.

Susana comprendió al instante. Así que todo ese «desespero» por contactarla… era simplemente porque nadie sabía cocinar como a él le gustaba.

Pero tendría que acostumbrarse. Pronto ya no habría nadie que leyera recetas solo para complacer sus gustos caprichosos.

Se quitó los zapatos y caminó hacia la sala. Allí estaba Rodrigo, sentado en el sofá, con el ceño fruncido con un aura oscura.

Al escuchar pasos, alzó la mirada.

Tenía las ojeras marcadas y los ojos enrojecidos, pero, en cuanto vio a Susana… se le encendió la mirada, como si acabara de ver luz después de días en la oscuridad.

Se levantó al instante, y, con tono entre irritado y aliviado, soltó:

—¿Dónde estabas? Te llamé no sé cuántas veces. ¿Por qué no contestaste?

Susana se sentó con calma y respondió:

—Estuve hospitalizada. Me dieron de alta hoy.

Rodrigo se quedó en shock. Había estado tan enfocado en Lorena durante esos días, que casi había olvidado el accidente. Matías había dicho que ella fingía… y él lo había creído sin más. Había pensado que sería un simple rasguño. Jamás imaginó que Susana realmente terminaría en el hospital.

Un gesto de culpa se dibujó en su rostro. Bajó la mirada y murmuró:

—Lo del otro día… ¿te molestó mucho? No pensé que estuvieras tan mal. Lorena tenía una urgencia médica real, podía ser peligroso… no tuve opción.

Susana sintió una risa amarga queriendo salir de su garganta.

Ella tenía heridas abiertas, estaba sangrando, con una conmoción cerebral. Y él la había ignorado por completo. Pero, en cambio, que Lorena hubiera sufrido un mareo por ver sangre lo consideraba una emergencia de vida o muerte.

Sin embargo, ella lo entendía. Porque así es el amor: se nota en cómo eliges a quién proteger primero. Y, al fin y al cabo, lo que había entre ellos no era más que un contrato.

Susana asintió con frialdad y se dispuso a levantarse. Rodrigo, al ver el manuscrito que llevaba en la mano, preguntó:

—¿Desde cuándo te interesa escribir?

Ella sintió que algo dentro de ella se enfriaba aún más.

Todos los aniversarios de su «matrimonio», ella le había escrito un poema, que él siempre dejaba arrumbado en un cajón sin leer.

Claro que no sabía que escribía.

—Lo hice sin pensarlo mucho —respondió Susana.

Rodrigo no insistió, pero la miró como si de pronto se diera cuenta de que había una parte de ella que jamás había conocido.

—Estos días casi no comí… Me encantaría que me prepararas esa sopa de pozole que tanto me gusta.

—No hay ingredientes —respondió Susana, señalando el refrigerador.

Rodrigo parpadeó.

—Entonces te acompaño al mercado.

Apenas terminó de decirlo, Lorena bajó por las escaleras, arrastrando una maleta. Matías iba detrás de ella, sujetándole la mano, mientras, con la voz llena de pena, decía:

—Lorena… ¿no te puedes quedar un rato más? Papá y yo te vamos a extrañar muchísimo.

—No estés triste, mi amor. Esta noche es la gala anual de la empresa, nos volveremos a ver, ¿sí?

—Papá, deja de quedarte ahí parado —dijo Matías, tironeando la camisa de Rodrigo.

Rodrigo dudó un segundo y miró a Susana.

—Es que yo…

—Ve con la señorita Salas —lo interrumpió Susana—. Ella te necesita.

Rodrigo sintió un leve vacío en el pecho. Se acercó a Susana y la tomó del brazo, llevándola unos pasos aparte.

—Susana… cuando llegue el invierno, ¿por qué no vamos a Hokkaido los tres juntos? Tú, yo y Matías —propuso, sonriéndole con una ternura que pocas veces le había mostrado—. Siempre dijiste que querías ver la nieve allí, ¿no? Podríamos ir como una familia.

Susana lo miró. Y más allá de Rodrigo, vio a Lorena y Matías riendo, felices, como si fueran madre e hijo. Por lo que, tragando saliva, se limitó a decir:

—Ya veremos.

Porque para entonces… ya no estaría allí.

Matías gritó desde la entrada que ya era hora, y Rodrigo, tras dudar un momento, terminó subiéndose al auto.

Susana se quedó en la puerta.

Miró el calendario colgado en la pared y sonrió apenas.

Después de esta noche… su historia con los Morales llegaría a su fin.

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