En cuanto Rodrigo escuchó las palabras de Matías, su mirada se desvió de inmediato hacia Lorena. La preocupación en sus ojos era mucho mayor que la que había mostrado por Susana.
—Rodrigo, estoy bien —dijo Lorena, con una terquedad dulce—. Solo me mareé un poco por la sangre, ya sabes cómo me afecta. No te preocupes por mí… ahora lo más urgente es Susana.
—¡Lorena, tu cara está más blanca que un papel! ¡No digas que estás bien! —gritó Matías con angustia—. ¡Papá, no te quedes parado! ¡Llévala al hospital! ¡Mamá solo está fingiendo para llamar la atención! ¡Siempre quiere competir con Lorena!
Las palabras del niño hicieron que varios transeúntes miraran con desaprobación a Susana, mientras Rodrigo fruncía el ceño con duda. Volvió a mirar a Lorena, justo cuando ella soltaba un suave quejido de dolor. Esa fue la gota que colmó el vaso. Rodrigo perdió toda racionalidad, la levantó cuidadosamente y se apresuró hacia el auto.
Cuando pasaron junto a Susana, Rodrigo cubrió los ojos de Lorena, como si verla pudiera hacerle daño, y, antes de marcharse, le lanzó una mirada a Susana, visiblemente incómodo.
—Lorena es frágil desde pequeña… no puede permitirse ningún riesgo. Ya llamé a emergencias. La ambulancia viene en camino, aguanta un poco más, ¿sí?
Los pasos de los tres se alejaron sin mirar atrás.
Susana los vio marcharse, sintiendo cómo la certeza de haber sido abandonada se le clavaba en lo más hondo del pecho. Quiso reírse de lo absurdo de la situación, pero, al intentar mover los labios, solo brotó sangre.
Cuando llegó la ambulancia, Susana ya casi no podía mantenerse consciente. En medio del mareo, escuchó a uno de los paramédicos murmurar con indignación:
—¿Pero qué clase de gente llama a una ambulancia y deja sola a la persona herida?
…
Cuando volvió en sí, Susana estaba acostada en una cama de hospital, y, un segundo después, el médico entró con el rostro serio y le explicó:
—Sufrió un accidente leve. Tiene varias contusiones y raspones, y también presenta una leve conmoción cerebral.
Ella asintió. No le sorprendía. El auto sí había frenado… pero no a tiempo.
—¿Cuánto tiempo debo quedarme aquí? —preguntó.
—¿Está pensando en salir ya? ¡Ni hablar! Por la conmoción, es necesario que esté, al menos, cuatro días de observación —respondió el médico, tajante.
Cuando el médico se marchó, Susana miró sus manos… y comenzó a contar mentalmente.
Cinco días.
Eso era lo que quedaba del contrato. Por lo que, si permanecía en el hospital cuatro días… solo tendría que soportar la situación con Lorena solo un día.
Suspiró, aliviada. Por primera vez en mucho tiempo… sintió que estaba por recuperar su vida.
—Oye, ¿te enteraste? —oyó que decía una enfermera en el pasillo—. ¡Lorena Salas está internada en este mismo hospital!
—¿En serio?
—Claro. Y su supuesto novio, Rodrigo Morales, vino con ella. ¡No te imaginas la escena! La cargó en brazos directo a la habitación VIP. Dicen que hasta ha traído un especialista famoso para que la revise.
Sonriendo con amargura, Susana se levantó con cuidado, apoyándose en la pared, y caminó, poco a poco, por el pasillo.
Al llegar al área VIP, entreabrió la puerta de una habitación y allí estaba Lorena, recostada entre sábanas blancas, mientras Matías le sujetaba la mano con preocupación y Rodrigo le daba de comer con ternura. Sus ojos brillaban con una dulzura que Susana jamás había visto en él. Parecían una familia perfecta. Cálida. Unida.
Y ella… desde la puerta entreabierta, parecía una intrusa espiando una vida que nunca había sido suya.
Una enfermera pasó por el pasillo y, al verla allí parada, le dijo con entusiasmo:
—¿También eres fan? ¿A poco no se ven hermosos juntos? Cuando él la trajo, casi parecía más preocupado que ella misma. Con razón dicen que la noticia era cierta. Solo un hombre enamorado se comporta así.
Susana tragó saliva y forzó una sonrisa.
—Sí. Son muy felices.
Cuando la enfermera se fue, Susana regresó a su habitación. Desde que la habían ingresado, su teléfono no había sonado ni una sola vez. Ni siquiera había recibido un mensaje. Ni de Rodrigo, ni de Matías.
Nadie.
En cambio, lo único que encontró fue un correo electrónico, marcado en rojo, de una editorial extranjera, en el que le recordaban que el concurso estaba por cerrar y necesitaban su manuscrito pronto.
Susana contactó a Camila Herrera, quien le envió su computadora portátil al hospital, agradeciendo que estaba en una habitación privada, tranquila y silenciosa. El lugar perfecto para escribir.
Apagó su celular y puso la laptop en modo sin conexión.
Durante cinco años, había dedicado todo a Rodrigo, por lo que había dejado de escribir, de pensar en sí misma. Pero, al volver a poner los dedos sobre el teclado, no sintió torpeza… si no completa liberación.
Se sumergió en su texto, y ni se dio cuenta de cómo pasaron los días.
Fue recién cuando la enfermera le informó que ya podía irse, que se percató de que habían pasado cuatro días enteros.
Justo en el momento en el que terminó su ensayo, el cual envió rápidamente por correo.
Después de esto, encendió el celular por primera vez desde su ingreso y, en cuanto la pantalla se iluminó…
Vio que tenía más de 99 llamadas perdidas.
Todas de Rodrigo Morales.