Capítulo 05
Lorena no podía ocultar la satisfacción en su rostro, mientras Matías gritaba con toda su fuerza:

—¡Papá y Lorena son lo máximo! ¡No como mi mamá, que ni un helado me deja comprar!

Los transeúntes comenzaron a mirar y a murmurar entre ellos. Algunos hasta negaban con la cabeza, mientras sus miradas cargadas de juicio se clavaban como agujas en Susana Mendoza, quien sentía un intenso frío recorriéndole el pecho.

Ese era el hijo que había criado con todo su amor durante cuatro años. Y Rodrigo Morales, mientras tanto, no hacía nada. Solo dejaba que Matías la avergonzara en público, sin siquiera intentar callarlo.

La escena solo terminó porque Lorena, fingiendo decencia, intervino con suavidad:

—Matías, ya basta. No hay que hablar así de tu mamá.

Después de salir del supermercado, Rodrigo propuso que fueran a comer a un restaurante.

Bueno… «propuso» no, en realidad nadie le preguntó a Susana si quería ir o no.

Mientras pedían la comida, nadie se molestó en preguntarle qué quería comer. Simplemente, entregaron el menú al camarero como si ella no existiera.

—Rodrigo, no puedo creer que después de tanto tiempo aún recuerdes lo que me gusta. No se te olvidó ni un solo plato —dijo Lorena, rozándole la mano con tono juguetón.

Rodrigo se sonrojó hasta las orejas, como si fuera un adolescente.

Susana bajó la mirada y comenzó a comer despacio, en silencio; por lo que Rodrigo frunció el ceño y la miró, confundido.

—¿No te gusta lo que pedí?

—No puedo comer picante —respondió Susana con voz serena.

Rodrigo se quedó helado. Siempre había pensado que a ella le gustaba el picante. Después de todo, siempre cocinaba platos así. Jamás se le ocurrió pensar que, tal vez… lo hacía por él.

Una incomodidad sorda le apretó el pecho. Tomó el menú como si quisiera corregirlo todo de golpe.

—Entonces déjame pedir algo más para ti. Dime qué te gusta, lo que sea.

Pero Susana negó con la cabeza, sin siquiera mirarlo.

—No hace falta. Coman ustedes tranquilos.

Rodrigo se quedó con las palabras en la garganta. Entonces, una mujer que pasaba por allí se detuvo de golpe, preguntando:

—¿Tú eres Lorena Salas? ¿Y usted es Rodrigo Morales?

Lorena asintió con una sonrisa medida y la mujer chilló de emoción:

—¡Soy fan de ustedes! La noticia del otro día fue como un capítulo de telenovela. ¡Pura magia! Dime la verdad… ¿volvieron?

Rodrigo miró de reojo a Susana. Pero al notar los ojos expectantes de Lorena, simplemente asintió.

—Ajá —respondió sin más.

—¡Sabía que el destino los volvería a juntar! —gritó la mujer—. ¡Cinco años después! ¡Eso es amor de verdad!

Lorena sonrió dulcemente:

—Antes no supe valorarlo. Pero ahora lo haré como se merece.

Rodrigo la miraba, embelesado.

Cuando la fan se fue, Matías soltó emocionado:

—Papá, si tú estás con Lorena… ¿eso significa que puedo tener otra mamá?

Rodrigo palideció, tapándole la boca al instante.

—No digas esas cosas, Matías —lo reprendió, antes de mirar a Susana—. No le des importancia a lo que dijo. Es solo un niño. No entiende. —Y, como si no bastara, añadió—: Lo que dije antes fue solo para proteger la imagen de Lorena frente a los medios… lo entiendes, ¿verdad?

—Claro —respondió Susana, con una ligera sonrisa—. No hace falta que me expliques.

Rodrigo no supo cómo interpretar esa respuesta. Había algo en su tono, en su serenidad… que lo incomodó.

—Come, Rodrigo —dijo en ese momento Lorena, tomándole la mano con dulzura—. Se te va a enfriar la comida.

Rodrigo sonrió como un tonto y volvió a centrarse en ella, olvidando por completo a Susana, que seguía sentada a su lado.

Después de comer, salieron rumbo al estacionamiento frente al restaurante.

Y entonces ocurrió…

Un auto salió disparado de un cruce lateral. Rodrigo, por reflejo jaló a Lorena y a Matías hacia la acera, olvidándose de Susana, que cruzaba justo detrás de ellos.

El sonido de los frenos rasgó el aire y, en cuestión de segundos, Susana cayó al suelo.

Rodrigo se dio vuelta y entró en pánico. Soltó a Lorena y corrió hacia ella, visiblemente alterado.

Susana temblaba, acurrucada en el pavimento, mientras el sudor frío le empapaba la frente.

—¡Susana! —gritó Rodrigo, con la voz rota—. ¿Estás bien? ¡Tranquila, te llevaré al hospital ahora mismo!

Ella trató de responder, pero el dolor no le dejaba articular palabras. Con esfuerzo, alzó la mano, intentando sujetar la de él, con una súplica muda: no te preocupes.

Pero antes de que pudiera tocarlo, Matías gritó:

—¡Papá! ¡Lorena se va a desmayar! ¡Ven rápido!

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