Rodrigo se quedó inmóvil. En su memoria, Susana casi nunca le había dicho que no. Por absurdo que fuera su pedido, ella siempre hacía lo posible por cumplirlo.
Al escuchar la negativa, Lorena soltó una sonrisa amarga:
—Perdón. Fui una ilusa. Ya es suficiente con estar aquí, y encima quería soñar con probar un sándwich de Susana.
Dicho eso, dio un paso hacia la puerta, lista para marcharse. Pero Matías, al ver la escena, estalló en llanto, y, acercándose a Susana comenzó a golpearla con sus manitas.
—¡Mala mamá! ¡No molestes a Lorena!
Rodrigo se apresuró a sujetar a Lorena, y, con el ceño fruncido, miró a Susana con reproche.
—¿Todavía estás molesta por lo de esta mañana? ¡Te dije que Lorena solo vino a buscar un cargador! ¿Qué tanto drama haces?
Susana lo miró sin expresión, y, con la voz neutral, respondió:
—Me siento mal. No tengo energía para cocinar.
—¿Estás enferma, mamá? —preguntó Matías, sorprendido al principio, pero de inmediato se tapó la boca con gesto de asco—. ¡Deberías haberlo dicho antes! ¿Y si contagias a Lorena? ¡Ella no puede enfermarse! —Tiró del brazo de Rodrigo—: Papá, hay que llevar a Lorena a comprar medicina. No podemos arriesgarnos.
—No hace falta, Matías —intentó decir Lorena con dulzura—. Estoy bien.
Pero Rodrigo, mirándola con ternura, repuso:
—Mejor hagámosle caso. Tú sabes que, si te enfermas, tardas semanas en recuperarte. No vale la pena arriesgarse.
Y así, los tres salieron de casa tomados de la mano, dejando a Susana sola, con los panecillos nuevamente fríos sobre la mesa.
Cinco años de convivencia… y ni su esposo ni su hijo parecían preocuparse por ella. Al contrario, se desvivían por cuidar a una mujer que ni siquiera estaba enferma.
Susana tiró el resto de los panecillos a la basura y se quedó en silencio unos minutos, sin saber si llorar o reír.
Entonces, recibió un mensaje de Rodrigo:
«Vamos al supermercado. Ven en el auto y recógenos.»
Cuando llegó, solo estaban Lorena y Matías.
—Lorena, ¡quiero helado! —exclamó Matías, entusiasmado.
—Claro que sí —respondió Lorena, acariciándole la mejilla con ternura—. Si Matías quiere helado, Lorena le comprará helado.
Susana frunció el ceño y se acercó rápidamente, diciendo:
—Matías, ¿ya olvidaste lo que dijo el médico? Tu estómago no tolera bien el helado. No puedes comer eso.
El rostro de Matías cambió de inmediato, pasando de la alegría al fastidio.
—Ay, Susana —intervino Lorena con fingida calma—, es solo un antojo. No hay que exagerar tanto.
El gesto de Susana se endureció.
—Esta es una decisión familiar. No le corresponde opinar, señorita Salas.
Apenas terminó de hablar, Rodrigo apareció y Lorena puso cara de víctima al instante.
—Rodrigo… yo solo quería comprarle un helado a Matías, pero Susana no me lo permite.
—El médico fue claro —dijo Susana con voz firme—. Puede comer otras cosas por ahora. El helado tendrá que esperar hasta que se recupere.
Rodrigo frunció el ceño. En su cara se notaba fastidio.
—Mientras más te pones así, más se aleja el niño de ti. ¿Qué te cuesta permitirle una cucharada? ¿Acaso tú te lo vas a comer? Lorena lo hace con buena intención. No tienes que montar una escena por todo.
Fue como si algo en Susana se rompiera por dentro. No por las palabras en sí, sino por lo que implicaban. Rodrigo prefería arriesgar la salud de su hijo… con tal de defender a Lorena. Y, lo que era peor, se burlaba justamente de lo que a ella más le importaba.
Susana sonrió con amargura, sin responder.
En ese instante, lo entendió todo. Desde que Lorena Salas había vuelto, ella se había convertido en una completa extraña en su propia casa. Podía darlo todo, entregar cada parte de sí… y, aun así, nunca sería suficiente.