Pero ahora Luna había muerto. El instituto, destruido. Era cruel como la zanahoria ante el burro: las cosas marchaban tan bien, con planes para Acción de Gracias y Navidad que ahora jamás sucederían.
—Tengo que irme. Necesito estar con mi familia. Tengo que encontrar a quien hizo esto y va a pagar. —dijo, entrando en ese modo de trabajo que no habíamos visto desde que dejó las armas, con un fuego en los ojos que ahora daba miedo.
—Vamos contigo. —le dije mientras se ponía el cuero de la chaqueta, corriendo de un lado a otro para prepararse, entrando y saliendo del baño, hasta que finalmente se sentó en la cama para recogerse el cabello en una trenza y calzarse las botas.
—Rebel, para. Vamos contigo. —le dije otra vez, pero me miró como si no existiera, sin responder, antes de salir corriendo del cuarto hacia las escaleras para dirigirse hacia la puerta del garaje conectada con el lavadero.
La seguimos hasta verla en su motocicleta, y mientras daba marcha atrás para salir, me subí a mi