El encierro pesaba, pero no tanto como la sensación de que cada error la acercaba otra vez al mismo destino. Tala se sentó en el rincón de la sala, cerró los ojos y dejó que su respiración se acompasara.
Sentía el escudo vibrar bajo su piel, una muralla invisible que no dejaba penetrar la energía ajena. Lo tanteó con cautela, expandiéndolo apenas un palmo. El aire chisporroteó.
—Control… no fuerza —murmuró, recordando las palabras de Alarick.
Esta vez no se trataba de lanzar poder, sino de refinarlo. Como el filo de una daga escondida.
“Si ataco de frente, pierdo. Si me descubren, el ciclo se repetirá.”
Abrió los ojos, observando las sombras que dibujaban las antorchas en la piedra. Necesitaba paciencia. Pequeños movimientos, como una loba acechando a su presa.
El eco de pasos al otro lado de la puerta la sacó de sus pensamientos. No entraron, solo se aseguraron de que seguía allí. Un recordatorio de que era vigilada, incluso en silencio.
Tala sonrió con ironía.
—Que me vigilen… así n