Cuando la vio entrar, Maximiliano arqueó una ceja.
—¿No que preferías morirte de hambre antes que volver a poner un pie en esta casa?
Regina se plantó frente a él, furiosa.
—Fuiste tú, ¿verdad?
Maximiliano observó su rostro: el maquillaje corrido, los ojos enrojecidos y las pestañas húmedas; era evidente que había llorado. Sintió una leve punzada, pero una sonrisa despreocupada, casi insolente, se dibujó en su cara.
—¿Yo? ¿Hacer qué?
—¡Mateo! ¡Tú mandaste a que lo golpearan!
A Regina le temblaba todo el cuerpo de la rabia.
—Si lo golpearon es porque es un inútil, ¿eso qué tiene que ver conmigo?
Maximiliano dejó la taza sobre la mesita de centro con parsimonia, levantó la vista y la miró directamente, con una sonrisa cargada de desdén y arrogancia.
—Y yo que pensaba que era alguien de peso. Héctor me dijo que te habías conseguido un novio increíble, pero resultó ser este pobre diablo. Regi, qué pésimo ojo tienes.
La furia venció a Regina, quien avanzó y le cruzó la cara de una cachetada