Maximiliano entrecerró los ojos.
—¿Asco?
No era la primera vez que Regina le decía que le daba asco, pero en esta ocasión él distinguió en su mirada una aversión inequívoca.
—¡Sí, asco!
Regina soltó, con los dientes apretados:
—Decir que eres un patán sería un halago. Eres escoria, y me arrepiento tanto de haberme fijado en ti.
Las pupilas de Maximiliano se contrajeron bruscamente y una opresiva quietud invadió la sala.
La observó un instante con una expresión gélida, y luego, en lugar de enfurecerse, una sonrisa cruel se dibujó en sus labios.
—Aunque te dé asco, vas a volver. Ese noviecito tuyo no puede protegerte, ni tú a él. Para mí, aplastarlo sería tan fácil como pisar una hormiga. Y como es doctor, se me ocurren mil maneras de arruinarle la vida…
Regina lo interrumpió:
—¡Si a Mateo le vuelve a pasar algo, te juro que me mato para compensarlo!
La expresión de Maximiliano se endureció por completo.
—Puedes intentarlo, total, ¡no sería la primera vez que me hago daño a mí misma!
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