Regina se giró y, al verlo, la sorpresa se dibujó en su cara.
—¿No fuiste a trabajar?
—Hoy descanso. Fui yo quien llamó a la policía.
Regina se quedó desconcertada por un instante y luego, con premura, le agradeció sinceramente.
Luis le miró el cuello.
—¿Por qué no lo denunciaste?
Ella conocía las influencias de Maximiliano; aunque presentara una denuncia, él no pasaría mucho tiempo en la delegación. Además, no quería preocupar a los señores Valderrama; Maximiliano, al fin y al cabo, era su hijo.
No le dio esas explicaciones a Luis; en lugar de eso, le preguntó:
—¿Cómo sigues de tu espalda?
—Me puse el ungüento que dejaste en mi puerta. Estoy mucho mejor.
Asintió.
—Tengo que irme a trabajar, ya no te robo más el tiempo.
—¡Cuídate mucho!
...
A Regina le dolía la garganta. Buscó una mascada de seda, se la anudó al cuello para ocultar las marcas y luego tomó un taxi hacia la tienda.
En el trayecto, recibió una llamada de Maximiliano.
—¿Quién es ese tipo?
Ella apretó los labios, sin decir