Regina quiso volver a su departamento para buscar una mascada de seda.
Le pidió a Gabriel que la dejara en la entrada del complejo residencial y se adelantara al trabajo, que no necesitaba esperarla; su horario no era tan estricto y podía pedir un taxi.
Gabriel, sin embargo, la llevó hasta la entrada del edificio. Solo después de verla entrar se marchó.
Ella subió al departamento de excelente humor, una alegría que persistió hasta que las puertas del elevador se abrieron y vio a la figura plantada en el pasillo. Se detuvo en seco; la sonrisa se borró de su cara al instante.
A los pies de Maximiliano se acumulaban ya una docena de colillas. Al escuchar el movimiento, se giró. Cuando la vio regresar, su semblante, ya de por sí malhumorado, se contrajo en una mueca aún más amenazante. Arrojó el cigarro que sostenía y avanzó hacia ella con grandes zancadas.
Un impulso primario la urgió a darse media vuelta y escapar, pero él ya la había sujetado del brazo con una fuerza que amenazaba con t