Después de llegar a casa, Regina no pudo calmarse en toda la tarde.
Debió haber tenido un hermano o una hermana, pero nunca nació. La depresión de su mamá se había agravado por el aborto espontáneo; esa fue la razón de su suicidio.
También había perdido un bebé, así que entendía ese dolor. Hundió la cara entre los brazos, pensando en todo el sufrimiento de su madre, en las injusticias que vivió, en el odio y el rencor que acumuló. Y pensar que los culpables de su muerte seguían vivos, como si nada…
Una sensación de injusticia la ahogaba, impidiéndole encontrar paz.
El sonido de la puerta al abrirse la asustó. Escuchó movimiento en la entrada y levantó la cabeza de entre sus brazos. A través de una cortina de lágrimas, vio a Gabriel entrando con dos bolsas de plástico en la mano. Cuando sus miradas se encontraron, la expresión de él se llenó de preocupación.
—¿Qué pasó?
Verlo en ese momento solo encendió su rabia. Recordó la vida de su madre, una vida de traiciones; recordó la imagen de