Sus miradas se encontraron y Regina se quedó helada. Se detuvo en seco y arrugó la frente.
—¿Tú qué haces aquí?
Gabriel aplastó el cigarrillo que sostenía y la miró fijamente, con una actitud indescifrable.
—Abre.
No quería dejarlo entrar, pero tampoco quería arriesgarse a que alguien los viera y su relación quedara al descubierto. Sin más opción, sacó la tarjeta de la habitación y abrió la puerta.
Entró y él la siguió de cerca. Le agarró la mano. Antes de que pudiera si quiera procesarlo, la puerta se cerró y una sombra la envolvió. La tenía acorralada contra la madera, devorando sus labios en un beso urgente y feroz.
La mente de Regina se quedó en blanco por un instante, pero enseguida reaccionó y comenzó a forcejear. Pero fue inútil. No cedió ni un centímetro; al contrario, el beso se volvió más intenso.
No era la primera vez que intimaban de esa forma, pero seguía sin poder soportar esa manera suya tan agresiva. Se le erizó la piel y sintió repulsión. Con una actitud sombría, Gabri