—Yo no te pedí que vinieras por mí.
—Ya pasaste por algo feo antes, no me iba a quedar tranquilo.
Regina recordó aquella noche en que un taxista la había llevado a las afueras de la ciudad; Gabriel había aparecido a tiempo para rescatarla.
Ante el peso de ese recuerdo, se mordió el labio y no dijo nada más.
Gabriel condujo de regreso al Residencial Las Olas y ambos subieron en silencio. Regina marcó el piso diecisiete. Él vivía en el dieciséis, pero no presionó el botón del ascensor.
Cuando las puertas se abrieron, Regina salió, y él la siguió. Se giró, molesta.
—¿Se puede saber por qué vienes a mi casa?
Respondió como si fuera lo más normal del mundo:
—Pues todavía queda lo del súper de ayer. Tengo hambre, me voy a hacer algo de cenar.
—Llévate la comida a tu departamento y cocina allá. Yo ya necesito descansar.
Regina abrió la puerta y entró. Gabriel la siguió de cerca. Consciente de que él podría tener otras intenciones, ella se mantuvo alerta. Planeaba encerrarse en su cuarto, y es