Cenaron juntos esa noche. Regina comía con una lentitud inusual; hoy ni siquiera había encendido la televisión.
Gabriel, tras terminar su comida, dejó el tenedor y la observó con atención mientras ella comía.
—¿Te preocupa algo?
Regina asintió apenas y levantó la mirada.
—Mañana en la noche no voy a poder venir a prepararte la cena.
—No te preocupes, puedo comer algo en el comedor.
—De acuerdo —dijo Regina.
Viendo que no añadía nada más, Gabriel se levantó y fue a su estudio para ocuparse de unos pendientes.
Más tarde, al llevarla a su casa, estacionó el carro y esperó a que entrara. Pasaron diez minutos. Al ver que no recibía ninguna llamada ni mensaje de ella, Gabriel se disponía a arrancar para irse cuando el celular que acababa de meterse al bolsillo vibró con fuerza.
Lo sacó al instante. Al reconocer el número en la pantalla, la tensión de su frente se suavizó un poco. Contestó:
—Mamá.
Al otro lado de la línea, la voz de una mujer preguntó con genuina preocupación:
—¿Ya cenaste?
—