Regina se volteó, confundida.
—¿Separarnos? ¿Qué quieres decir con eso?
Sebastián no la miró. Mantenía las manos aferradas al volante.
—Que terminamos.
Observó su perfil, serio e indiferente.
—Dime por qué.
—Tú sabes por qué.
A Regina le costó trabajo hablar.
—Acabo de borrarlas a todas. Ya no les voy a hablar, te lo prometo.
—Ese es tu mundo. No necesito que hagas un sacrificio así por mí. Si para estar conmigo tienes que aguantar este tipo de cosas, es mejor que terminemos.
Intentó responder, pero Sebastián se le adelantó.
—Tengo planes. Descansa.
No le quedó más remedio que bajar del auto.
Subió los escalones de la entrada y se volteó para verlo una última vez. El auto de Sebastián ya se alejaba por la calle.
Al llegar a casa, tiró el bolso a un lado y se dejó caer en el sofá. Perdió la noción del tiempo hasta que el estómago le rugió de hambre, pero no tenía ganas de cocinar ni de pedir algo a domicilio. Se sentía fatal.
Rebuscó en la alacena y sacó un paquete de panecillos. Cuando