Sebastián no quería irse.
Preocupada de que se fuera a cualquier parte, a Regina no le quedó más remedio que llevarlo a su casa. De paso, le marcó a Leo para que viniera a recogerlo. Sabía que él no había desayunado y ya era casi hora de comer, así que improvisó una sopa sencilla para ambos.
Sebastián le dio un recorrido al lugar. Revisó cada rincón con atención, excepto el dormitorio, y al no encontrar rastro de que viviera un hombre ahí, no pudo evitar que una sonrisa se le dibujara en los labios.
Regina preparó dos huevos fritos y agregó un poco de verdura a la sopa antes de apagar el fuego.
—Ven a comer.
Sirvió la sopa en dos tazones y llevó la comida a la mesa. Él ya estaba sentado. Regina le dio un par de cubiertos y se sentó frente a él.
Él observaba la sopa humeante cuando de pronto levantó la vista.
—Si tu novio se entera de que me trajiste a tu casa, ¿no se va a enojar?
Regina entendió la intención detrás de su pregunta. No sabía qué hacer con él. Tragó el bocado que tenía en