Al poco rato, el celular de Regina empezó a sonar sin parar.
Todos eran mensajes.
Regina sabía quién le escribía. Tomó el celular y abrió la aplicación.
[¿Ya tienes novio?]
[¿Qué tiene él de bueno? ¿Por qué lo escogiste a él y no a mí?]
[Si te gustan las pulseras, yo también puedo regalarte una].
[Dime qué hice mal. Lo puedo cambiar. Por favor, termina con él].
[¿Por qué no me contestas? ¿Me odias?]
Al leer la última pregunta, Regina recordó la mirada clara y dulce de Sebastián, y se sintió culpable.
Gabriel la observaba en silencio, con atención, cómo miraba el celular, perdida en sus pensamientos, con los labios apretados en una línea que delataba su malestar.
No, no estaba feliz. No le quitó la vista de encima.
No fue sino hasta que el mesero llegó con su comida que dijo algo.
—¿Mucho trabajo?
Ella cerró la conversación y dejó el celular sobre la mesa, sin hacerle caso.
No estaba de buen humor y, aunque apenas tenía apetito, prefería concentrarse en la comida para no tener que habla