Regina no durmió bien. Al levantarse, después de arreglarse, tomó el celular y revisó sus chats. Vio que Sebastián le había mandado una infinidad de mensajes.
Los abrió y encontró que le había compartido una lista de restaurantes, preguntándole si quería ir a probar alguno. Al ver los emojis que usaba, recordó cómo se había puesto esa botarga para bailar frente a ella el día anterior.
«Es un chico muy tierno y detallista, perfecto para una relación», pensó. «Si no me hubiera casado con Gabriel, podría estar con él sin dudarlo. Salir con alguien como él seguro sería perfecto».
No respondió los mensajes y guardó el celular en su bolso.
Al llegar a la tienda, mientras hablaba con Verónica sobre los planos de decoración para el nuevo local, un repartidor con un enorme ramo de flores entró.
—¿Quién es Regina?
Todos en la tienda voltearon a verlo.
—¡Órale, te mandaron flores! —exclamó Eva, emocionada, mientras tomaba el ramo y se lo entregaba.
El repartidor le pidió que firmara de recibido y