Resultaba que ese grupo era el más adinerado de la ciudad, justo el tipo de clientes que buscaba.
A nadie le faltaba dinero.
Sobre todo, en el último año, Regina se la había pasado viajando, comiendo en los mejores lugares y divirtiéndose, y para todo eso se necesitaba dinero.
Con dinero, hasta a los hombres se les puede comprar.
Aunque no se casara nunca, mientras tuviera dinero, podría vivir feliz y a sus anchas.
Ignoró las miradas que la analizaban de pies a cabeza y, con una sonrisa radiante, caminó con seguridad sobre sus tacones. Se había cortado el pelo y vestía una blusa impecable con pantalones anchos.
Lucía elegante y sofisticada, con el porte de una mujer de negocios, un estilo distinto al de las jóvenes de sociedad que la rodeaban, vestidas con marcas de alta costura.
Ricardo Luna vio a Regina y por un momento se quedó perplejo, casi sin reconocerla.
Pero su cara seguía siendo igual de hermosa.
Cuando ella pasó a su lado, él quiso decirle algo, pero ella ni siquiera lo vol