Andrea y Regina fueron las primeras en salir del elevador.
Apenas se cerraron las puertas, Andrea no pudo evitar soltar una maldición.
—Qué mala suerte. Si hubiera sabido que nos los íbamos a encontrar, no habría reservado aquí.
Regina sabía de quién hablaba su amiga. Sonrió con calma.
—La ciudad no es tan grande. Si no era hoy, sería mañana. Tarde o temprano nos los íbamos a encontrar. ¿O qué? ¿No puedo ir a los mismos lugares que él?
Andrea se detuvo en seco y Regina hizo lo mismo.
—¿Qué?
Su amiga la miró con mucha seriedad.
—¿En serio ya lo superaste?
Sin dudarlo, Regina asintió.
—Ya lo superé.
Al ver que la expresión en su cara era normal, Andrea la estudió por un momento antes de sentirse más tranquila. Luego, añadió como si nada:
—Ya era hora. Oí que él y Mónica están por casarse.
Al escuchar esas últimas palabras, la sonrisa de Regina vaciló un instante, pero se recuperó.
—Hacen buena pareja.
Siguieron caminando.
En cuanto abrieron la puerta del salón privado, se escuchó un esta