—¿Te supo raro? Para nada, a mí me encantó.
Verónica comentó mientras tomaba otro trozo. Lo sopló un poco antes de llevárselo a la boca.
—¡Está riquísimo!
A Regina, el sabor a pescado le revolvió el estómago. Tomó su vaso de agua para enjuagarse la boca. Cuando la sensación cedió un poco, miró el pescado en la olla y se le quitó el apetito.
—A lo mejor te tocó un pedazo malo. Deja te escojo uno bueno, a ver qué tal.
Su amiga le sirvió un trozo de la parte más suave del pescado en su plato.
Bajó la mirada hacia el plato y, resignada, tomó los cubiertos.
Apenas probó el pescado, sintió aún más náuseas. Esta vez no pudo contenerla. Se levantó, le preguntó a un mesero dónde estaba el baño y corrió hacia adentro para vomitar.
Verónica la siguió y le dio unas palmaditas suaves en la espalda.
—¿Estás bien?
Se sentía fatal. Ya no tenía nada en el estómago, pero las arcadas no paraban.
Su amiga salió a pedirle un vaso de agua tibia a un mesero. Regresó y esperó a que terminara para que pudiera