Regina por fin comprendió por qué el refrigerador estaba tan repleto: Gabriel Solís había contratado a una señora para cocinar. Justo en ese momento, la observaba mientras empacaba en bolsas toda la comida del día anterior que aún podía comerse, claramente con la intención de deshacerse de ella.—¿Ya va a tirar eso?
—El doctor Solís tiene el estómago delicado, no puede comer nada recalentado.
Regina acababa de usar precisamente sobras para preparar la cena. Pensó que ni siquiera las verduras del mercado o del súper garantizaban ser del día. Le pareció una exageración, una verdadera manía.
—Señora, ¿no quiere mejor dejármela a mí? Yo me la llevo mañana.
La señora, doña Rosa, dirigió una mirada indecisa a Gabriel.
—Hay más en el refri. Llévatela.
—Claro que sí.
Doña Rosa tomó las bolsas con rapidez, dispuesta a irse, pero a medio camino se dio la vuelta y comentó con una sonrisa cómplice:
—Es la primera vez que lo veo traer una muchacha a casa. ¡Qué guapa es su novia!
No era la primera ve