Regina apartó el celular y vio cómo la pantalla se apagaba.
Aunque el divorcio había sido idea suya, ahora que él aceptaba, no se sentía para nada feliz. Había creído que él se negaría, que no podía dejarla ir, tal como le había dicho.
Y ella, como una idiota, le había creído todas sus mentiras.
Rio con amargura. La risa se fue quebrando hasta que las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Se las secó con la mano, respiró y volvió a guardar el celular.
—No es para tanto. En este mundo, lo que sobra son hombres. A ti no te falta quién te quiera. Ya déjalo ir, sé más libre.
Entró al baño y abrió la regadera. En cuanto el agua comenzó a caer, no pudo contenerse más. Se cubrió la cara, se dejó caer al suelo y rompió a llorar.
***
No durmió casi nada en toda la noche. Dio vueltas en la cama hasta que, poco antes del amanecer, se levantó.
Se maquilló con esmero, se tomó un café para despabilarse y, a las nueve y media, pidió un taxi para ir al registro civil.
Apenas bajó del carro, lo