—¡No te vayas!
Regina acababa de dejar el termo con la comida sobre la mesa del comedor cuando, al darse la vuelta para irse, Sebastián aventó el celular y se levantó para alcanzarla.
Escuchó los pasos detrás de ella y, presintiendo lo que iba a pasar, se detuvo. Justo cuando iba a voltear, Sebastián la agarró del brazo y la jaló con brusquedad para que quedara frente a él.
Tenía los ojos desorbitados. Aferrándose a una última esperanza, le preguntó:
—¿En serio... ese hombre es tu esposo?
Regina supo que se refería a Gabriel.
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué te casaste tan joven?
—Es que... no sabía lo que tú sentías... Yo pensé que esto no afectaría mi trabajo. En serio, lo siento.
Sebastián vio la culpa en su cara. Llevaba todo el día tratando de asimilarlo. Ese hombre no era su novio, era su esposo. Estaban casados.
Su mirada se desvió sin querer hacia la mascada que ella llevaba en el cuello. Aunque la tela lo cubría, de cerca todavía se alcanzaban a ver algunas marc