El corazón de Regina latía como si fuera a salirse, pero ahogó la emoción casi al instante. Tenía la mente clara; sabía que él quería acostarse con ella.
Forcejeó, agachando la cabeza para intentar zafarse de sus brazos, pero era demasiado pequeña y no tenía la fuerza para competir con él. Solo pudo decir en voz baja:
—Suéltame.
Él, actuando como si no aceptara un no por respuesta, la abrazó con más fuerza, apretándola contra su pecho.
—No quiero.
Regina se mordió el labio.
—¡No puedes obligarme!
Él la miró, pensativo, y dijo:
—Regi, ¿y si empezamos a enamorarnos?
Ella se quedó helada. Confundida, giró la cara hacia él, y su mejilla quedó justo a la altura de sus labios.
A Gabriel se le aceleró el pulso. Le tomó la cara con una mano, se la giró con suavidad y la besó.
Regina intentó apartarse, pero él la sujetaba con firmeza por la cintura, impidiéndoselo. El beso se volvió más exigente. Sus empujones perdieron fuerza hasta que la falta de aire la hizo rendirse, y su cuerpo se ablandó