Silvia les recordó:
—Estas gorditas las hice yo, que conste.
—¿Y cómo no voy a saber que las hiciste tú? Llevamos décadas de casados.
—¿Cómo que décadas? El viejo eres tú, yo todavía estoy muy joven. Si salgo con Regi de compras, ¡la gente cree que somos hermanas!
Ricardo le pinchó el globo.
—¿Por qué no te ves en un espejo antes de decir eso?
Molesta, tomó una gordita y se la metió en la boca a su esposo.
—¡Ya cállate, viejo!
Ricardo se comió la gordita con una sonrisa.
Tras su pequeño pleito, Silvia recordó que su hijo y su nuera seguían en la mesa. Gabriel estaba indiferente, como si nada, pero Regina estaba bastante sorprendida por la forma en que se trataban sus suegros.
—A tu padre le encanta andar de amargado. Y Gabriel en eso salió igualito a él.
Silvia no perdió la oportunidad de quejarse de su esposo y, de paso, de su hijo.
Regina miró de reojo a Gabriel. Él permanecía inexpresivo, sin darle importancia; se notaba que estaba acostumbrado a los comentarios de su madre.
En ese