Cuando Gabriel despertó, ya no había nadie entre sus brazos.
Se incorporó, pero no vio a Regina por ninguna parte de la habitación.
Al bajar y no encontrar a nadie en la sala, arrugó la frente.
Justo en ese momento, su padre regresaba de su caminata matutina. Al ver bajar a su hijo, le dijo con una amplia sonrisa:
—Vaya, hoy se te pegaron las sábanas.
Había dormido con una profundidad que no recordaba en años. Ya eran las siete. Era la primera vez que le pasaba en mucho tiempo.
—¿Y Regi?
—Ah, ¿buscas a tu esposa?
Ricardo tomó la toalla húmeda que le ofreció una empleada y, mientras se secaba el sudor de la frente, señaló con el mentón hacia la cocina.
—Está con tu madre en la cocina, están metidas ahí desde que amaneció.
Gabriel se dirigió hacia allá. Antes de cruzar el umbral, escuchó la voz potente de su madre.
—¡Regi, mi niña, ven a probar una de las gorditas que hice! ¡Están riquísimas!
Silvia tomó una de las gorditas recién hechas, la puso en un platito y se la extendió a su nuera