Antes de ese día, la imagen que tenía de Sebastián Rivas era la de un hombre serio y reservado, pero con un talento inmenso, una percepción formada a través de lo que veía en la televisión y en internet.
Ahora, mientras él la llevaba a casa en su carro, descubría a una persona atenta, educada y amable. En realidad, era muy fácil de tratar.
Tenía a su ídolo justo a su lado.
Regina se preguntaba si debía pedirle un autógrafo. Siempre llevaba una libreta y una pluma en su bolso por si le llegaba la inspiración de repente.
«Si no se lo pido ahora y no lo vuelvo a ver, me voy a arrepentir», pensó.
Cuando Sebastián se detuvo frente a la entrada del residencial, ella sacó su libreta y la pluma.
—No creo que dejen pasar carros de fuera. Te tengo que dejar aquí.
—Sí, gracias. De aquí puedo caminar sin problema.
Regina se armó de valor y le extendió los objetos.
—¿Me podrías dar tu autógrafo?
—Sería un honor.
Sebastián tomó la libreta y la pluma, y firmó.
Regina se puso muy feliz.
—Lo voy a guar