La televisión de la sala estaba encendida a todo volumen, inundando el espacio con un ambiente festivo.
Estaban sentados uno junto al otro, como una pareja de esposos cariñosos disfrutando de un programa de televisión.
Pero Regina seguía cabizbaja y tensa. Su mano estaba prisionera en la suya, y toda su atención se concentraba en el contacto forzado.
Gabriel estaba recostado en el sofá, con la mirada oscura y fija en la pantalla, aparentemente absorto. Solo el movimiento de su nuez de Adán al tragar y uno que otro suspiro, casi inaudible, delataban algo más.
Era una imagen de sensualidad contenida.
Al escuchar esos sonidos, las mejillas de Regina ardieron con más fuerza.
No supo cuánto tiempo pasó, pero le pareció una eternidad. Cuando todo terminó, incapaz de mirarlo a los ojos, se limpió las manos de cualquier manera y corrió a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Una vez en el baño, se frotó las manos con jabón hasta dejárselas rojas, pero aun así no podía asimilar lo que a