Gabriel hizo una pausa. Al notar el desánimo de Regina, decidió añadir algo más.
—Está enojada conmigo.
—¡Tu mamá está enojada contigo porque estás conmigo!
—Sí, cree que soy un asaltacunas y que te arruiné la vida.
—…
Regina levantó la cabeza de golpe, con una expresión de total incredulidad.
Él la observó, notando sus ojos muy abiertos, y no pudo evitar que se le dibujara una sonrisa.
—Apúrate a comer, te llevo al trabajo.
—Entonces, ¿no le caigo mal a tu mamá? ¿Solo cree que soy demasiado joven para ti?
A Gabriel no le gustaron esas palabras. La observó fijamente, bajando la mirada por su cuerpo y recordando la sensación de sus curvas. En voz baja, dijo:
—Tú tampoco eres una niña.
Regina no captó el doble sentido. Curvó los labios, satisfecha.
—Pues yo creo que tu mamá tiene razón. A tu lado, sí eres viejo.
Gabriel se quedó sin palabras.
—Soy joven y guapa, ¡te sacaste la lotería al casarte conmigo!
Él la observó, con esa expresión triunfante, y por alguna razón le recordó a la gati