Capítulo 51
A Gabriel se le tensó un poco la mandíbula.

Pero al ver sus ojos, húmedos y enrojecidos como los de un conejillo asustado, no tuvo el corazón para negarse.

...

Esta vez, Regina llegó a casa de Gabriel cargada con bolsas grandes y pequeñas repletas de botanas; incluso había comprado frutas, todo pagado por él.

Apenas entró, se cambió por unas pantuflas y fue directo a la sala para encender la televisión.

Gabriel puso las frutas sobre la mesa de centro.

Justo cuando se levantaba, sonó el celular que llevaba en el bolsillo. Le echó un vistazo rápido y, con el aparato en mano, se encaminó al balcón.

Tan pronto contestó, la voz de Sebastián le preguntó con un tono desenfadado desde el otro lado de la línea:

—¿Qué tal? ¿Sales a relajarte un rato esta noche?

—No, gracias. Diviértanse ustedes. Hoy no puedo.

—Pero si mañana y pasado no tienes que ir a la clínica, ¿o me equivoco?

Gabriel tenía dos días a la semana en los que no necesitaba presentarse en la clínica; esos días los dedicaba a resol
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