Los días pasaron entre intentos fallidos de entrenamiento y tareas cotidianas. Lyra se esforzaba en los ejercicios físicos, pero siempre con su fuerza humana. Golpeaba, esquivaba, peleaba… pero su transformación no llegaba.
“Solo es falta de práctica”, le repetía Ragnar. “Estás oxidada. Pasaron muchas cosas y es normal”.
Ella aceptaba sus palabras, pero en el fondo, sabía que no era eso.
Comenzaba a odiar los entrenamientos, intentaba esquivarlos, buscaba pretextos razonables, aunque Ragnar se anticipaba y al final no tenía otra opción más que ir a los entrenamientos.
—Vamos Lyra, puedes hacerlo —le pidió Ragnar.
—¿Y si ya no está? —cuestionó ella finalmente —. Tal vez su misión terminó y ahora está descansando, tal vez solo tenía que salir en la guerra.
—Lyra, lo recordaste —le mencionó él —. Finalmente, pudiste ver la noche que tu manada fue atacada, fuiste tú quien logró sacar a los vampiros del lugar, tu loba siempre ha estado contigo y estará ahí, solo tienes que hacerla sali