El aire cambió de golpe.
Los árboles crujieron, el suelo tembló, y un rugido gutural atravesó la espesura del bosque.
Elijah levantó la mano en señal de alerta, pero antes de que pudiera dar la orden, los lobos salieron entre las sombras.
Eran tres, grandes, con los ojos brillando de furia.
No eran de Ragnar. Lyra lo supo de inmediato, ella conocía perfectamente a sus guerreros.
Sus pelajes variaban entre el gris oscuro y el marrón rojizo, sus marcas eran desconocidas, y sus colmillos, afilados como cuchillas.
—¡Defiéndanse! —ordenó Elijah con voz grave—. ¡Pero no los maten!
Los vampiros reaccionaron de inmediato. Se movían como sombras veloces, esquivando y bloqueando sin usar fuerza letal.
Lyra se quedó paralizada un instante.
Danika intentó conectar con ellos, su mente buscando la unión del lazo lobuno, pero su rostro pronto mostró frustración.
—¡No son de la manada Norte y tampoco de la manada Este! —gritó—. ¡No puedo hablarles!
Lyra observó a los lobos abalanzarse con fero