Arranca el coche y las vibraciones del motor empiezan a revolverme el estómago. Nick se ríe en voz baja.
—¿Nick?
—¿Qué, Addison?
—¿Cuántos años tienes? —Qué pregunta más tonta. Aunque dejara su empeño de ocultarme su edad, mañana no me acordaría.
Suspira.
—Veinticinco.
Estoy muy borracha y el traqueteo del coche está empezando a afectarme a pesar de tener los ojos cerrados.
—No me importa cuántos años tengas —farfullo.
—¿Ah, no?
—No. No me importa nada, te quiero igual.
Antes de perder la consciencia, oigo que inspira profundamente.
«¡Ay!»
La luz me bombardea los ojos sensibles y vuelvo a cerrarlos de nuevo. Qué horror. Me doy media vuelta y de inmediato soy consciente de que no estoy en mi cama. Abro los ojos de golpe y me siento. ¡Ay! ¡Au!
Me agarro la cabeza para intentar mitigar el dolor. No funciona. Sólo un disparo en el cerebro aliviaría estos pinchazos. No hay nada que cure esta resaca. Lo sé.
Miro a mi alrededor y reconozco la estancia al instante. Estoy en l